Situación física real, Isla Cristina, 5 de septiembre de 2010. Noche templada, con brisa agradable, sin mosquitos y con muchas ganas de pasear por la playa y contemplar el mar y las estrellas.
Se va el sol y parece que veremos la luna.....y el mar...
Pero claro, cada vez es más complicada la cosa, visto que podemos contemplar la multitud de construcciones nuevas de la costa, pero el mar, el mar en sí es más complicado ya que no tiene luminiscencia propia, y las estrellas, esas ya si que no hay manera de verlas…. demasiada luz.
¿Y para qué tanta luz? ¿Realmente necesitamos ver hasta las molduras de los elementos y edificios del paseo?Pero no, la iluminación artificial se lo come todo...
¿Estamos seguros de que queremos iluminar el mundo?, o más bien, ¿estamos seguros de que necesitamos iluminar el mundo?…
¿Quién no ha visto la imagen ya archiconocida del mundo iluminado desde el espacio exterior?. Todas esas ciudades, magníficas ciudades, enormes ciudades, todo iluminadas para nuestra comodidad y seguridad.
Pero…, ¿cuánto tiempo hace que las gentes de esas ciudades no han visto las estrellas?, ¿cuántas veces no hemos ido “al campo”, más bien lejos de esas mismas ciudades para poder contemplar el firmamento, para poder contemplar un eclipse, una lluvia de estrellas, la luna, etc…
La contaminación lumínica es un problema mundial, provocado generalmente por los paises, y concretamente, por las ciudades llamadas más desarrolladas, aquellas que se contemplan perfectamente en la famosa y hermosa fotografía planetaria nocturna.Es una problemática en estudio, dificil de controlar y solucionar, pues la naturaleza humana tiende a negar la oscuridad, se siente indefensa ante la posibilidad de que se le niegue la visión, y no se concibe una ciudad cuyas calles no sean iluminadas por la noche.
Pero hay otros lugares en el mundo, otros lejanos a ese miedo a la no luz, o quizás menos viciados por esa necesidad de profunda iluminación. El planteamiento seria: ¿hemos de convertirlos a nuestro credo lumínico? ¿tiene sentido crearles nuestro misma dependencia lumínica? ¿beneficia eso en algo al planeta? , ¿nos beneficia a nosotros?, ¿les beneficia a ellos?…
Una situación concreta nos remonta a febrero del 2003, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, dentro de un curso de postgrado internacional sobre arquitectura y medioambiente, una compañera y yo, comentábamos y discutíamos sobre la problemática de la etnia lacandona y sus asentamientos.
La intención del curso era dilucidar cuales eran las necesidades arquitectónicas y apoyar tecnológicamente y científicamente el desarrollo de las mismas desde una visión sostenibilista del problema. Comentábamos el tema de la iluminación artificial, la necesidad de electricidad en dichos asentamientos y la posibilidad de proponer sistemas autónomos de generación solar fotovoltaica en lugar de continuar con la dependencia existente al ineficiente y vulnerable tendido eléctrico general.
El problema consiste, comentábamos mi compañera y yo, en los desarrollos entre asentamientos, ¿cómo vamos entonces a iluminar las carreteras? ¿qué haran estas pobres gentes si necesitan desplazarse por la noche porque surge algun problema?…
Este planteamiento denota la tendencia que tenemos los occidentalizados a trasladar nuestros miedos y supuestas “necesidades” a otras situaciones y contextos totalmente diferentes, y por lo general muy inadecuadamente.
¿Quién ha contemplado la selva durante la noche?, es densa, oscura e impenetrable, pero ¿y las pistas de comunicación en la misma?, son blancas, amplias y claramente definidas. Los lacandones estan más que acostumbrados a utilizarlas con niveles de iluminación bajos, a la luz de la luna más tenue esta diferencia de color y textura permite seguirlas con gran facilidad. No olvidemos que la capacidad visual humana no sólo depende del grado de iluminación, de la cantidad de luxes, sino también de los fenómenos de deslumbramiento debidos al contraste. ¿Qué ocurre cuando iluminamos una calzada?, entonces sí, la selva que la rodea resulta realmente impenetrable, oscura e insondable; sin embargo, con la tenue iluminación constante de la luna podemos percibir sus contornos, sus caminos y sendas, sus márgenes y sus posibles peligros.
Entonces, ¿porqué es necesario crear zonas iluminadas?, no sólo no queda justificado semejante gasto energético y tecnológico sino que por contraste empeora las condiciones a su alrededor.
Quizás la solución pueda estar en la prevención de este tipo de situaciones de emergencia y su solución con otros medios de comunicación más efectivos y sobre todo, puntuales.
Llegamos pues a la conclusión de que nuestras necesidades, las necesidades occidentales, no son las necesidades reales de cada contexto medioambiental y sociocultural, y las soluciones a dichas “necesidades irreales” conlleva en muchos casos a la alteración de un equilibrio no sólo innecesario sino de nefastas consecuencias posteriores. En vez de solucionar problemas parece que nos empeñemos en crearlos, eso si, bienintencionadamente…
Deberíamos ser más conscientes de nuestras propias limitaciones y contextualizar los problemas antes de pretender solucionarlos, aprender de lo que nos rodea para poder utilizar nuestros conocimientos y realmente “aportar algo”.
Pero vayamos aun más alla, ¿de verdad queremos perdernos la oportunidad de percibir, de ver nuestro mar, nuestros campos, nuestras estrellas? ¿No sera que la necesidad ficticia de iluminación lo único que consigue es esconder todo aquello que nos falta en nuestras ciudades? ¿queremos realmente ver aquello que hemos escondido tras la luz? ¿o mejor olvidarlo ya que realmente no podemos tenerlo cerca?, ya, ni siquiera en la playa o el campo, ya ni en vacaciones, lejos de nuestras amadas “ciudades”.
Propongo que intentemos apagar la luz, para poder ver…
mlasiain_SAMA arquitectura y medioambiente
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