domingo, 2 de mayo de 2010

El desafío de la convivencia · ELPAÍS.com

La ciudad es el sitio donde muchos hemos ido para encontrar otra vida. En las ciudades indias la gente viaja en autobuses parecidos a los de Londres. Allí coinciden el gopi, la persona que lava los pies, y el prestamista. Provienen de estratos sociales distintos. En un pueblo jamás llegarían a hablar. Pero en el autobús urbano se tienen que sentar uno al lado del otro. Eso es lo maravilloso de las ciudades. Gandhi intentó desesperadamente abolir el sistema de castas. Y el autobús, sin ningún objetivo político, lo ha conseguido. Por eso las ciudades son lugares de esperanza". Habla Charles Correa. El arquitecto que diseñó Navi Mumbai, la nueva Bombay para dos millones de habitantes, asegura que lo peor del urbanismo actual es "que el poder político utilice suelo urbano para financiarse". Esa lacra mundial está cambiando las ciudades. Y el mundo.
Vivimos en un mundo urbano. Con más de la mitad de la población del planeta asentada ya en áreas metropolitanas, nada parece poner freno al crecimiento de las ciudades. Para 2050 se espera que el 70% de la población mundial sea urbana y que sólo el 14% de los habitantes de los países desarrollados viva en el campo. Lo ha contado Anna Tibaijuka, directora del Programa de Asentamientos Urbanos (Habitat) de Naciones Unidas, en la presentación del último informe sobre el Estado de las ciudades del mundo, en marzo en Río de Janeiro. El estudio describe un panorama preocupante: las ciudades se han convertido en paisajes contradictorios en los que la tradicional tierra de oportunidades convive con el terreno abonado para las desigualdades.
"En las ciudades hay desigualdad porque el sistema global que las rige vive y se alimenta de la desigualdad", sostiene el antropólogo Manuel Delgado. El autor de La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del 'modelo Barcelona' considera que, en la urbe capitalista, la desigualdad no es un accidente, sino "el elemento consustancial que permite hacer de ella un factor de enriquecimiento de una minoría a costa del trabajo y de la miseria de una inmensa mayoría". Y asegura que lo que explicaba Engels cuando reflexionaba sobre el Londres de mediados del siglo XIX no ha cambiado demasiado. "Más bien, se ha agudizado". Así, las desigualdades persisten y aumentan. Pero las ciudades no dejan de crecer.
Tras la primera década del siglo XXI, las grandes urbes de los últimos años se perfilan ya como las futuras megarregiones de la próxima década. Y los 135 kilómetros comprendidos entre Hong Kong y Guangzhou, en China, como la región metropolitana más poblada del mundo con 120 millones de habitantes. El doble de los que se calcula que pueblen en 2015 el eje Nagoya-Osaka-Kyoto-Kobe en Japón y el triple de los habitantes de la región que se extiende entre Río de Janeiro y São Paulo hoy.
Estas ciudades sin límite son ya un hecho, un problema real. Y aunque la mayoría de los urbanistas consideran más sostenibles los modelos de metrópolis que concentran a la población y permiten ahorrar en transporte, el hecho de que el 18% de los habitantes de la Tierra viva en una diminuta fracción del planeta –la que ocupan las 40 megarregiones del mundo– es difícilmente sostenible social y económicamente.
La mitad de la riqueza universal se acumula hoy en 25 ciudades. Hasta la riqueza del campo parece haber dejado de brotar de la tierra y proviene ahora de los envíos urbanos que llegan desde esas megápolis. En ese marco, cuando el 66% de la actividad económica del mundo y el 85% del desarrollo tecnológico y científico se ubican también en las nuevas megarregiones, ¿tiene remedio la expansión urbana sin límites?
"La ciudad es un atajo eficiente para adquirir la equidad", asegura el arquitecto chileno Alejandro Aravena. "En los indicadores de cualquier ámbito, la ciudad lo ha venido haciendo mejor que el campo desde siempre. Por tanto, cuanta más gente se mueva hacia la ciudad, mejor. El problema es que acabamos de cruzar un umbral en el que este proceso se magnifica y no hay conocimiento suficiente para contestar a la pregunta de cómo hacer ciudades a la velocidad y a la escala que se necesita". Delgado lo ve de otra manera. Cree que las ciudades son casi siempre demográficamente insuficientes: "Eso implica que son, por definición, heterogenéticas, es decir, se nutren de poblaciones que llegan hasta ellas para garantizar su simple supervivencia. Por supuesto que llegan a ella poblaciones empobrecidas, pero no es sólo porque éstas necesiten desplazarse para sobrevivir, sino porque las propias ciudades, y el mercado de trabajo formal o informal que suponen, las atraen".
También el urbanista Miguel Ruano, autor del libro Ecourbanismo, considera que el crecimiento es inevitable. E imparable. "Será difícil dar con un modelo que sea tan atractivo como el que, a pesar de todo, ofrece la gran ciudad. Desde su aparición han sido atractivas. Lo que sucede ahora es que el proceso mundial de urbanización de la población se acelera y los atractivos de los modelos alternativos, como la vida rural, no logran alterar esa tendencia. Los modelos productivos en agricultura, industria y servicios favorecen la acumulación de población (y de capital) en grandes centros urbanos", explica. Pero el director del Observatorio de la Urbanización de la Universidad Autónoma de Barcelona, Francesc Muñoz, disiente: "Es verdad que existe una tendencia mecánica de la ciudad al crecimiento, pero ese crecimiento se puede modelar para conseguir ciudades mejores. Que el 70% de la población sea urbana no implica que todos vivan en ciudades (con plazas, oficinas y mercados). Viviremos en entornos urbanos: territorios urbanizados que no son ciudad en toda su extensión". Y es ahí donde Muñoz ve el gran reto de la década: transformar en ciudad real "todos esos fragmentos del planeta ya urbanizados, pero no urbanos". ¿Cómo urbanizar lo construido?
El antropólogo francés Marc Augé, que acuñara el término "no lugar" para describir los nuevos espacios públicos urbanos (centros comerciales, aparcamientos), lo pregunta de otra manera: "¿Cómo conciliar la pertenencia a las redes globales y la vida local?". Y asegura que la solución sólo puede ser política. "Europa podría encontrar dentro de sí la oportunidad de crear modelos ejemplares. ¿Cómo? Haciendo uso del sentido más noble del término política". Es decir, la ciencia, o el arte, que ambiciona gobernar un país, y no la mera lucha por acceder, o permanecer, en el poder. Augé no habla del partidismo al que estamos habituados. Y del que estamos hastiados. Su idea, ¿ideal?, es mejorar las polis con políticos con el nivel y la ambición para lograrlo.
El problema de la ciudad sin límite arranca de la búsqueda del bienestar que lleva a intentar conseguir alquileres más baratos y más espacio por menos precio o a asociar lejanía del centro urbano con menor contaminación, sin que quienes eligen trabajar en la ciudad y vivir en las afueras reparen en cómo ellos mismos contribuyen a la polución con sus desplazamientos diarios. "La idea del lujo urbano fuera de la ciudad está invadiendo el planeta y convirtiendo las urbes en ciudades sin fin", considera Eduardo López-Moreno, coautor del nuevo informe de la ONU que sostiene que las ciudades sin límites territoriales son un síntoma de que algo no funciona. "Requieren recursos energéticos y transportes que las hacen insostenibles". Por eso él recuerda que "las ciudades más prósperas no son las más extensas ni las mayores, sino las que reducen las desigualdades entre su población". ¿Cómo lograr ciudades menos desiguales?
Francesc Muñoz contesta sin dudarlo: "Lo que contribuye a eliminar la desigualdad es la capacidad de la ciudad para vincular la política económica y urbanística con las políticas sociales". Todo lo contrario de lo que hacen los gobiernos que teme Charles Correa, los que utilizan el suelo urbano para financiarse. Es cierto que no se le puede pedir a la política urbanística que resuelva problemas sociales, pero sí deberían diseñarse políticas sociales que aminoren los efectos de las políticas urbanísticas que expulsan a amplias poblaciones urbanas durante procesos de renovación. Charles Correa, que ha trabajado en varios continentes, lleva toda su vida ocupándose del problema de la vivienda. Y tiene claro que la pobreza no es un problema arquitectónico. "Pero la manera en que los pobres viven en la ciudad, sí. En el campo, uno, por pobre que sea, no se deshumaniza. En la ciudad, sí", razona. Tal vez por eso no sorprenda que una de las primeras propuestas que hizo cuando, en1985, el primer ministro Rajiv Gandhi lo nombró responsable de la Comisión Nacional de Urbanismo fuese construir bancos en los que los recién llegados pudieran dormir temporalmente. Nunca los hicieron. "Hoy la invención no está de moda en arquitectura. Un arquitecto, como un ingeniero, debe inventar. Estamos viviendo el éxodo a la ciudad. Y la ciudad, que tiene grandes ventajas, no ofrece una pobreza digna. Hay que solucionar ese problema".
Las expansiones sin límite de las ciudades generan barrios residenciales de baja densidad, desiertos durante el día y sin apenas vida vecinal, que pueblan vastas regiones metropolitanas. En ese contexto, Muñoz, autor de un título elocuente, Urbanalización, que narra el deterioro de diversas ciudades, urge a repensar el papel del parque junto a esas casas con jardín. Fenómenos como las country villas de México o las gated comunities de Washington dibujan guetos en medio de un paisaje repetido, clonado e inseguro. "Ese encapsulamiento es, por definición, la negación de la vida urbana y ciudadana", explica. Pero Delgado advierte del peligro de concentrar los esfuerzos en evitar los guetos: "El discurso de la 'lucha contra los guetos' se está convirtiendo en uno de los argumentos centrales con vistas a justificar la renuncia a políticas de vivienda social en Europa y, especialmente, en nuestro país".
El crecimiento de las ciudades aumenta los asentamientos ilegales. Hoy, más de 1.000 millones de personas viven en suburbios con infraviviendas. ¿Por qué los gobiernos de las ciudades no son capaces de generar viviendas dignas? "Lo de las viviendas dignas para todos sólo sucede cuando la sociedad decide que ese es un tema importante y la riqueza se reparte con más equidad", explica Miguel Ruano, asentado en Londres desde hace 12 años, al tiempo que recuerda que Barcelona tenía chabolas hace tan sólo unas pocas décadas. Y Madrid hace menos. Aunque hoy queden ya muy pocas.
"Desde que, con el capitalismo, las viviendas pasaron a ser un bien no sólo de uso, sino también de cambio, el acceso de una mayoría de la población a la vivienda pasó a ser un capítulo más de las políticas sociales", explica Muñoz. La capacidad de movilidad de la población en el territorio y la pobreza galopante en una parte del mundo hacen que el flujo migratorio no cese, y eso se traduce en acuciantes necesidades de vivienda que los Estados no aciertan a resolver. Por eso, el chabolismo alcanza dimensiones espectaculares en las ciudades del llamado Tercer Mundo. "Pero no es del todo ajeno a las sociedades llamadas avanzadas", advierte Muñoz. Además, "en las ciudades europeas –y, por supuesto, en las españolas– existe un auténtico barraquismo invisible que sirve para acoger a una población procedente de la inmigración que no encuentra alojamiento y ha de acomodarse en todo tipo de infraviviendas que no se ven, pero que están ahí: pisos patera, pensiones clandestinas o camas calientes...", señala Manuel Delgado.
Si la ciudad industrial engendró una cultura urbana inspirada en la fábrica y el tránsito, la ciudad posindustrial podría haber creado una cultura derivada de la tecnología y la experiencia de la velocidad que ha cambiado la forma de las ciudades, pero no su esencia. ¿Cómo son las urbes de la era global?
Si uno pudiera, como en Star Trek, ser tele-transportado instantáneamente por muchas ciudades del mundo, a menudo no sabría decir dónde se encontraría, ni siquiera en qué país, excepto por el idioma en el que están escritos los anuncios de las omnipresentes marcas globales: Coca-Cola, Ford, Nokia, McDonald's… Desde Bangkok hasta São Paulo, pasando por la periferia de París o los suburbios de Bombay, la homogeneización de la globalización urbana es un fenómeno evidente hasta para el observador menos atento. "Curiosamente, esa uniformización se produce tanto en el ámbito de las residencias de los ricos, influenciadas por el modelo suburbano estadounidense o por el penthouse neoyorquino, como en las chabolas de los pobres, construidas siempre con los materiales más baratos y, por tanto, similares en todo el planeta", explica Ruano.
No se trata sólo de que Hermès y Zara compartan las avenidas principales del mundo, parte del problema estriba en que la escala del turismo global y el consumo visual han redibujado las tradiciones de lugares y paisajes impulsando la aparición de ciudades ficticias. Venecia es un claro ejemplo.
A comienzos del siglo XX, varios barrios del mundo con canales y puentes recibieron ese nombre. Hay uno en Los Ángeles, y España tiene otro al sur de Valencia. También recibió el nombre de la ciudad italiana un casino de Las Vegas con un palacio ducal, góndolas y una réplica del puente de Rialto de cartón piedra. La clonación forma parte del nuevo espectáculo del turismo con sed de circo y bibliografía de libro Guiness de los récords.
Así, la naturaleza replicante funciona como atracción turística sin dañar el original. Aunque, tal vez, difuminando su referencia. De la misma manera que hay zapatillas de marca e imitaciones, hoy existen ciudades de imitación y un turismo curioso dispuesto a degustar los nuevos espectáculos al grito de "hay que verlo". Así, son muchas las ciudades que se preparan más para recibir a los turistas que para facilitar la cotidianidad de sus ciudadanos.
Las personas cambiamos las ciudades. Pero las decisiones políticas las hacen. Hace 10 años, Dubai era poco más que un desierto. Hoy, la ciudad vive del negocio inmobiliario. ¿Qué cambiará en las ciudades del mundo la próxima década? La mayoría de los urbanistas concentran las opciones de futuro entre rehacerse o expandirse. La transformación urbana en el centro y la dispersión de actividades y residencias en la periferia dibujan la ciudad de mañana. "Elitización y suburbanización", resume Francesc Muñoz. "Continuarán la intensidad del reclamo turístico en los centros históricos y el cambio cultural y racial en muchos barrios, consolidado a partir de las migraciones globales", augura. Mientras, en las ciudades crecientes, la dispersión de la urbanización continuará la próxima década. Esta tendencia hacia un campo urbanizado convivirá con el ensayo de nuevos crecimientos más sostenibles y mejor integrados con el transporte público". En ese sentido, Muñoz y Ruano consideran prometedoras experiencias como la de Curitiba, en Brasil, y ven preocupante que las metrópolis de América del Norte no consigan deslindarse del uso indiscriminado del automóvil. "Cuando lo consiguen es para abrazar ejercicios de tematización tipo Celebration [la ciudad idílica levantada por Walt Disney en Florida]", señala Ruano.
A la ciudad que reinventa los atractivos de su centro histórico, o a la que expande ilimitadamente su periferia, Charles Correa opone un tercer modelo: la ciudad con varios centros. Algo parecido a recuperar la vida de barrio. "A pesar de que cualquier ciudad, como ocurre en Bombay, crece a gran velocidad, los núcleos que más están creciendo son los pequeños. Si eso sigue sucediendo, si la gente sigue llegando a partes distintas de una misma ciudad descentralizada, o con varios centros, la ciudad funcionará como una suma de ciudades. Bombay es una ciudad policéntrica. España es más policéntrica que Francia, que está dominada por París; como Londres domina Inglaterra, o Lagos, Nigeria. En India eso no sucede. El país tiene muchas grandes ciudades, y las ciudades, varios centros. Eso permite pensar en un futuro. Las ciudades son mezclas reales de gente de diversos sitios".
¿Hay soluciones para vivir mejor en las ciudades en las que, parece que inevitablemente, nos tocará vivir? En una época de vacas flacas, los zurcidos y los remiendos urbanos están empezando a ser mejor vistos que los grandes proyectos de las décadas pasadas. Pero, a pesar de acumular una larga historia de logros pequeños, siguen pareciendo algo más idealista que real. Percibidas como remedios temporales más que como soluciones urbanas, algunas acciones individuales están produciendo cambios colectivos. En algunos casos, a la iniciativa de los ciudadanos se junta la visión de los políticos. El alcalde de São Paulo, Gilberto Kassab, estableció en 2006 la "ley para una ciudad limpia", prohibiendo todo tipo de publicidad en espacios públicos. Desaparecieron más de 15.000 carteles de autobuses y escaparates. Hubo debate sobre si la publicidad era cultura, pero se redescubrieron zonas de la ciudad literalmente tapiadas por los anuncios. Esa hazaña la recuerda hoy la muestra Ciudades habitables, ciudades de futuro, instalada permanentemente en La Casa Encendida de Madrid. La exposición explica que se pueden construir espacios urbanos incluso cuando la planificación y el Gobierno están ausentes. Y demuestra cómo, al margen de la realidad oficial de las ciudades, existe una realidad informal y auto-organizada que puede mejorar la vida de la gente y que podría ayudar a dibujar otras ciudades. Recuerda, por ejemplo, cómo en el año 2000 en Tirana, la capital de Albania, se puso en marcha un programa de regeneración urbana pintando con colores brillantes los deteriorados bloques de viviendas. El alcalde Edi Rama había sido antes escultor, jugador de baloncesto y ministro de Cultura. Y decidió impulsar un programa de regeneración barato con un ejército de pintores voluntarios dispuestos a colorear la ciudad degradada. Tras varias décadas de estalinismo y maoísmo, Tirana pasó de ser un lugar degradado a adquirir una fisonomía pop. En 2004 Rama se hizo con el título de mejor alcalde del mundo. Y en 2005, la revista Time lo nombró héroe del año. "El color no resolverá los problemas de la ciudad, pero puede motivar a los ciudadanos", señala el socialista Rama, de 45 años y todavía alcalde de la ciudad.
En España, como en el resto de Europa, aumentan los casos de activismo y participación ciudadana, que Ana Méndez de Andrés ha recogido en el volumen Urbanacción. Pero la participación ciudadana tiene muchas caras. En las últimas semanas, el único activismo que le ha quedado a la antigua regidora del Distrito Ciutat Vella (centro histórico) de Barcelona ha sido el de dimitir. A pesar de patearse a diario la ciudad, a pesar de acercarse a conocer los problemas desde los dos lados: el de las prostitutas y el de la gente del barrio, el de los comerciantes que se abrazan al turismo y el de los vecinos que no pueden vivir por la invasión de los turistas, la socialista Itziar González no pudo con la falta de apoyo de su partido. Curtida en negociaciones ciudadanas que desembozaron transformaciones de barrios barceloneses –como la plaza de Lesseps–, la arquitecta no ha podido regenerar el barrio donde tiene su propia casa. No es fácil hacer democracia en una ciudad. La falta de diversidad simplifica la ciudad. Pero también la empobrece. Hoy, en Barcelona, tras proyectos que lograron recuperar la ciudad para los ciudadanos, el redescubrimiento del mar y la reconversión de los edificios industriales, muchos barceloneses han asistido, atónitos, a la conversión de la ciudad en un destino de turismo de botellón. Como apunta Francesc Muñoz: "La ciudad intenta sobrevivir a su propia marca".
Más allá de la implicación ciudadana, Muñoz propone soluciones de gestión de recursos. Señala, por ejemplo, que uno de cada cuatro litros de agua gastados en las ciudades catalanas corresponde a pérdidas en la red. Propone: "Decir no a la urbanización dispersa y aceptar el reciclaje y la rehabilitación de edificios; negar la diseminación de la vivienda de baja densidad a lo largo de territorios donde los habitantes futuros estarán condenados al uso del vehículo privado".
Decir que los procesos económicos, las revoluciones, las guerras, el coche, la electricidad o cualquier otro fenómeno cambia las ciudades encubre el hecho básico de que las ciudades son creaciones humanas diseñadas y construidas para servir nuestras necesidades, intereses y deseos. Reflejan tanto nuestras grandezas como nuestras mezquindades. "La transformación de Lagos en una de las ciudades mayores del mundo por la nueva riqueza petrolera de Nigeria o la transformación de Shenzhen de pueblecito de pescadores a megalópolis de 15 millones de habitantes en 30 años, por su designación como special economic zone (SEZ) por el Gobierno de Deng Xiaoping en 1980, dibujan un mundo donde el cambio es posible", apunta Miguel Ruano.
¿Por qué, aun siendo lugares de extrema desigualdad, las ciudades siguen resultando atractivas? Las oportunidades de supervivencia económica son siempre mayores donde hay más densidad (de personas, actividades, necesidades y de probabilidades de dar un giro a la vida). Francesc Muñoz habla, además, de un "efecto llamada" y de un "efecto red". Que alguien consiga mejorar su vida tras llegar a una ciudad (aunque 100 no lo hayan conseguido) anima a intentar mejorar otras vidas. El efecto red refleja que, con el tiempo, las migraciones logran establecer una red de acogida en la ciudad. No van a cualquier lado: van a las ciudades donde otros inmigrantes fueron antes. Y ofrece un consejo a los políticos que no hayan tenido tiempo de pararse a observar: "La ciudad puede y debe ser mucho más que una superficie limpia y pulida. Debe ser el lugar donde recuperar la variedad". Como dijo aquel disc jockey: "En Londres sólo vive quien tiene mucho dinero o mucha personalidad. La ciudad siempre te ofrece la posibilidad de estar igual de mal que en el campo, pero viendo cosas diferentes".

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