La catástrofe que provocaron en la isla portuguesa de Madeira las lluvias torrenciales del sábado pasado no fue sólo una fatalidad de un zarpazo climático. El desastre tiene que ver también con una mala planificación urbanística, que no respeta el lecho de las riberas, canalizadas y estranguladas por la construcción inmobiliaria. La mano del hombre, señala un creciente coro de voces críticas, es responsable en buena parte de la avalancha de agua, piedras y barro que ha dejado de momento 42 muertos, 70 heridos, un número indeterminado de desaparecidos y 250 personas desalojadas. El debate sobre eventuales responsabilidades políticas está en la calle y en los medios de comunicación, mientras todo Portugal se moviliza para reparar los daños sufridos por la región autónoma enclavada en el Atlántico.
Hay que reconstruir Funchal (capital de Madeira) y repensar la ciudad, reclaman varios especialistas en urbanismo. "Los lechos de las riberas fueron reducidos a un tercio de su condición natural. Se construyeron edificios, casas y calles sobre el lecho y ahora vemos el resultado. Ante este estrangulamiento, cuando se produce una crecida salvaje el agua tiene que salir por algún lado", señala Hélder Spínola, dirigente nacional de la organización ecologista Quercus, que advierte desde hace tiempo de los peligros de una deficiente ordenación del territorio.Sandra y Policarpo Capelo poco pudieron hacer cuando a las nueve de la mañana del sábado vieron alarmados cómo subía el nivel del agua junto a su casa, en el barrio de São Roque, de Funchal. Cogieron en brazos a su hija, Mónica, de dos años, y dieron un salto al piso de arriba. El agua seguía subiendo. Se encaramaron a la azotea, pero la amenaza continuaba. "Saltamos la tapia y fuimos a la casa de un vecino. En este momento, la riada irrumpió en nuestro piso y se llevó todo. Los árboles caídos protegieron en parte la casa e impidieron el derrumbe". Sandra, que trabaja como empleada doméstica, cuenta la historia en el cuartel de Nazareth, donde ha sido realojadas 120 personas, mujeres, hombres y niños, que se han quedado sin casa. "Hoy fui a ver mi casa. Quería ver. Está en ruinas y el techo está a punto de derrumbarse".
Los distintos testimonios recogidos en la guarnición de Nazareth dan cuenta de la rapidez con la que se produjo la riada, que pilló por sorpresa a muchos moradores. Vítor Camacho, desempleado y vecino del barrio de São António, estaba en la cama cuando escuchó los gritos de su hija de tres años, el sábado de buena mañana. "Tuvimos que salir por una ventana. La casa estaba inundada". El torrente que pasa cerca de la vivienda de Vítor "se había convertido en una cascada. Nos han aconsejado no ir a la casa porque amenaza ruina". ¿Y ahora? "Hablamos con el concejal de Recursos Humanos y nos ha dado una buena noticia. Tendremos una casa del Ayuntamiento".
La Baixa de Funchal, equivalente a la zona más céntrica de la ciudad, está literalmente patas arriba. Las excavadoras trabajan en el desescombro del torrente João Gomes, uno de los tres que cruzan la ciudad y que el sábado sembraron el terror entre los habitantes. Una manguera gigante conectada a varias bombas de extracción escupe desde hace 24 horas agua a la torrentera, que es sacada de los sótanos del centro comercial Anadia, donde se teme puede quedar algún cuerpo atrapado.
Un camión-grúa remolca uno a uno los vehículos que quedaron atrapados por la avalancha de barro en el estacionamiento del edificio de la compañía eléctrica de Madeira. Los coches asoman en un estado lamentable. La luz y el agua corriente han vuelto a funcionar en muchas partes de la ciudad.
El Gobierno ha decretado tres días de luto nacional y el presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, ha ofrecido apoyo para la reconstrucción de Madeira a través de los fondos de solidaridad de la UE.
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