Excelente post del blog de Anatxu Zabalbeascoa en El Pais " Del tirador a la ciudad"
Así, por las páginas de París en tensión, urbanismo e insurrección en la ciudad de la luz (Errata Naturae) aparecen el paso de una ciudad iluminada por lámparas de aceite a una urbe en la que el gas lleva luz a los bulevares o la evolución de la Avenida de los Campos Elíseos que “evoca la sección de duty free de un aeropuerto internacional”. No todo es cruda actualidad. También hay referencias a acciones ciudadanas pasadas, como cuando, tras una epidemia que dejó diezmados a los habitantes de la calle de la Mortellerie, en 1835, estos se negaron a seguir viviendo en una calle cuyo nombre comenzase por “Mort” y así, cambiaron el nombre por el de Hôtel-de-Ville, que es el que conserva hoy.
Pero, más allá de la ciudad y su cambio continuo, el verdadero protagonista del ensayo de Hazan son las revueltas que en su opinión actúan más de termostato de los cambios que de detonantes de los mismos: “Tengo la convicción de que París sigue siendo lo que ha sido durante más de dos siglos: el gran campo de batalla de la guerra civil en Francia entre aristócratas y sans–culottes –poco importan los nombres que les podamos dar hoy-“.
Así, a pesar de que “la burguesía intenta desde siempre mantener la ilusión del ‘juntos de la mano’”, la realidad es que la ciudad se ha desarrollado en capas concéntricas, como una cebolla, al ritmo de sus sucesivas murallas. Y ahora está cerrada sobre sí misma aunque trata de abrirse. “La renovación, como ellos la llaman, empuja a los pobres un poco más allá de la circunvalación”, pero esos empujones no son nuevos. Desde que el Gran Encierro de 1657 hizo desaparecer los pobres, los marginales y los locos del Hospital General, “la acción conjunta de urbanistas promotores y policías no ha cesado de empujar a los pobres, las ‘clases peligrosas’, cada vez más lejos del centro”, cuenta. El resultado es un centro actual ficticio pero real: el París de los turistas, los lofts y los restaurantes de moda. ¿Alguien encuentra un aire de familia en esa descripción?
¿Cuándo fueron expulsados del centro los obreros, los traperos y los mendigos? Se suele atribuir ese cambio al urbanismo de Haussmann, durante el Segundo Imperio (1859), pero Hazan lo ubica en los años 60 del siglo XX: “Tras la brutal modernización del viejo capitalismo francés, la especulación urbanística tomó un nuevo rumbo. La industria desapareció de París: era más rentable construir viviendas burguesas donde hubo viejos talleres. Y todos los barrios del centro fueron sometidos a un proceso de expulsión-renovación-realojo”. París se adelantó así a la gentrificación que caracteriza hoy el centro de las viejas grandes ciudades. Así, el “valle de arroyos negros de barro“ del que Balzac hablaba en la primera página de Papá Goriot se ha convertido en “un barrio peatonal de provincias o una Disneylandia para turistas cultos” a los ojos de Hazan.
Con una historia de revueltas detrás, al escritor le llama la atención que este último cambio haya sido silencioso. “La purificación étnica y de clase se ha producido tranquilamente, sin otra violencia que, silenciosa y despiadada, la renovación urbana y la subida de los alquileres”. Así, Hazan advierte: “La enfermedad que esta ciudad se arriesga a contraer es la del apartheid”. Y aunque anota también el aburguesamiento de los barrios pobres, carga contra urbanistas y fuerzas de seguridad, “demasiado incultos para saber que el viejo sueño de encerrar París y vaciarlo de sus pobres, delincuentes, locos y extranjeros casi siempre acaba en una reacción violenta”. La realidad negada siempre acaba por vengarse.
Así, por las páginas de París en tensión, urbanismo e insurrección en la ciudad de la luz (Errata Naturae) aparecen el paso de una ciudad iluminada por lámparas de aceite a una urbe en la que el gas lleva luz a los bulevares o la evolución de la Avenida de los Campos Elíseos que “evoca la sección de duty free de un aeropuerto internacional”. No todo es cruda actualidad. También hay referencias a acciones ciudadanas pasadas, como cuando, tras una epidemia que dejó diezmados a los habitantes de la calle de la Mortellerie, en 1835, estos se negaron a seguir viviendo en una calle cuyo nombre comenzase por “Mort” y así, cambiaron el nombre por el de Hôtel-de-Ville, que es el que conserva hoy.
Pero, más allá de la ciudad y su cambio continuo, el verdadero protagonista del ensayo de Hazan son las revueltas que en su opinión actúan más de termostato de los cambios que de detonantes de los mismos: “Tengo la convicción de que París sigue siendo lo que ha sido durante más de dos siglos: el gran campo de batalla de la guerra civil en Francia entre aristócratas y sans–culottes –poco importan los nombres que les podamos dar hoy-“.
Así, a pesar de que “la burguesía intenta desde siempre mantener la ilusión del ‘juntos de la mano’”, la realidad es que la ciudad se ha desarrollado en capas concéntricas, como una cebolla, al ritmo de sus sucesivas murallas. Y ahora está cerrada sobre sí misma aunque trata de abrirse. “La renovación, como ellos la llaman, empuja a los pobres un poco más allá de la circunvalación”, pero esos empujones no son nuevos. Desde que el Gran Encierro de 1657 hizo desaparecer los pobres, los marginales y los locos del Hospital General, “la acción conjunta de urbanistas promotores y policías no ha cesado de empujar a los pobres, las ‘clases peligrosas’, cada vez más lejos del centro”, cuenta. El resultado es un centro actual ficticio pero real: el París de los turistas, los lofts y los restaurantes de moda. ¿Alguien encuentra un aire de familia en esa descripción?
¿Cuándo fueron expulsados del centro los obreros, los traperos y los mendigos? Se suele atribuir ese cambio al urbanismo de Haussmann, durante el Segundo Imperio (1859), pero Hazan lo ubica en los años 60 del siglo XX: “Tras la brutal modernización del viejo capitalismo francés, la especulación urbanística tomó un nuevo rumbo. La industria desapareció de París: era más rentable construir viviendas burguesas donde hubo viejos talleres. Y todos los barrios del centro fueron sometidos a un proceso de expulsión-renovación-realojo”. París se adelantó así a la gentrificación que caracteriza hoy el centro de las viejas grandes ciudades. Así, el “valle de arroyos negros de barro“ del que Balzac hablaba en la primera página de Papá Goriot se ha convertido en “un barrio peatonal de provincias o una Disneylandia para turistas cultos” a los ojos de Hazan.
Con una historia de revueltas detrás, al escritor le llama la atención que este último cambio haya sido silencioso. “La purificación étnica y de clase se ha producido tranquilamente, sin otra violencia que, silenciosa y despiadada, la renovación urbana y la subida de los alquileres”. Así, Hazan advierte: “La enfermedad que esta ciudad se arriesga a contraer es la del apartheid”. Y aunque anota también el aburguesamiento de los barrios pobres, carga contra urbanistas y fuerzas de seguridad, “demasiado incultos para saber que el viejo sueño de encerrar París y vaciarlo de sus pobres, delincuentes, locos y extranjeros casi siempre acaba en una reacción violenta”. La realidad negada siempre acaba por vengarse.
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