lunes, 17 de mayo de 2010

La huerta se abre paso entre los rascacielos

El tomate es un bien de lujo en Nueva York. Comprar una libra (453 gramos) de tomates en rama, unas tres piezas, cuesta casi 4 dólares (3,23 euros) en cualquier supermercado de barrio. Si uno quiere productos orgánicos, el importe se dispara todavía más.
Este precio, además, no es garantía de calidad y, mucho menos, de sabor. Por este motivo, algunos residentes de la Gran Manzana, afortunados, se han lanzado a plantar sus propias tomateras. Éste es el caso de los vecinos de Green Oasis Community Garden, un jardín comunitario situado en el barrio del East Village.El espacio natural, construido en 1981 por un ex marine (Normand Valle) en una zona de la ciudad que entonces estaba completamente degradada, es una auténtica delicia, que visité este fin de semana gracias a una amiga que reside en los alrededores. Como cada domingo, vecinos y visitantes compartían la zona de juegos, el estanque, el área de picnic, la barbacoa, la colmena de abejas y el conjunto de árboles frutales y plantas, de los que crecen manzanas, melocotones, uvas y cerezas. Además, cada persona que vive en los edificios que rodean al parque puede tener su propio minihuerto, un cuadrado vallado individualizado donde pueden plantar lo que les plazca y donde el tomate es la estrella.
Los residentes los obtienen gratis, previo pedido, del ayuntamiento, que, de esta forma, quiere fomentar el consumo de comida fresca entre los neoyorquinos. Abierto de abril a noviembre y gestionado por una organización sin ánimo de lucro (que busca financiación para el mantenimiento entre empresas e instituciones públicas), cuesta al año unos 2.000 dólares. La mano de obra necesaria para su puesta a punto corre a cargo de un nutrido cuerpo de voluntarios, que se olvidan del descanso dominical para cuidar el parque.
El recinto del East Village (donde ayer cociné una paella) es uno de los 600 jardines comunitarios que existen en la ciudad de Nueva York. Estos espacios verdes dan servicio a 20.000 residentes, según las estimaciones oficiales de la corporación municipal dirigida por Michael Bloomberg. La mayoría de estos jardines se levantan en áreas urbanísticas de la ciudad que en el pasado eran conflictivas y que ahora se han revalorizado. Todos están abiertos al público obligatoriamente, al menos diez horas por semana.
Esta experiencia ha animado a varios neoyorquinos, que se han lanzado a industrializar la producción de frutas y verduras, instalando granjas urbanas en las terrazas de sus edificios. Es el caso de Ben Flanner, un ex empleado de banca (eTrade), que ha creado un huerto en Brooklyn, con vistas sobre los rascacielos de Manhattan. Allí, en una superficie de 557 metros cuadrados, cultivan las hortalizas que venden a particulares (con reparto a domicilio) y a restaurantes como Marlow & Sons y Diner.
La granja, denominada Eagle Street Rooftop Farm, costó en torno a 60.000 dólares. Ahora acaba de cumplir su primer aniversario y el fundador prepara la apertura de un segundo establecimiento. Como en el caso de los jardines comunitarios, el mantenimiento se apoya en los voluntarios.
Su éxito ha animado a otros emprendedores, que también han creado estos huertos urbanos en Queens (Gotham Greens), en el Bronx (Blue Sea Development) y en la misma Manhattan. La Gran Manzana acoge la granja Eli Zabars Rooftop Greenhouse, propiedad de Eli Zabar, uno de los tres hermanos Zabar, que explota E.A.T., una cafetería y tienda gourmet situada en el Upper East Side.
La tendencia de construir granjas en las azoteas se repite en otras ciudades del país, como Chicago, donde Helen y Michael Cameron crearon su propio huerto en la terraza de su restaurante (Uncommon ground). El recinto es hoy el primero de EEUU con certificado orgánico para toda la producción.
El incipiente boom de estas instalaciones ha propiciado la constitución de una compañía, Sky Vegetables, propiedad de los emprendedores Keith Agoda y Troy Vosseller, que planea tener unas veinte instalaciones en ciudades como Boston, Washington, Detroit o San Francisco. Gracias a todos ellos, al menos los tomates seguro que recuperan el sabor.

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