Interesante artículo de opinión en el blog de La Ciudad Viva, acerca del derecho a la vivienda y a la necesidad del sentimiento de propiedad de ésta.
Le pedía Rilke al joven poeta Franz Xaver Kappus que leyera “lo menos que pueda de cosas estético-críticas: o son opiniones partidistas, petrificadas y vaciadas de sentido en su endurecimiento contra la vida, o son hábiles juegos de palabras, en que hoy se saca una opinión y mañana la opuesta. Las obras de arte son de una infinita soledad, y con nada se pueden alcanzar menos que con la crítica. Sólo el amor puede captarlas y retenerlas, y sólo él puede tener razón frente a ellas”.
Uno Ahren fue en los años 40 el arquitecto jefe de la cooperativa de Arsta, un municipio sueco de la ciudad de Estocolmo. Crítico con las ideas funcionalistas que él mismo defendió años atrás, en Arsta promovió la vida comunitaria frente al mero cálculo eficiente de bloques paralelos soleados de la quimera moderna, y para ello programó centros urbanos con teatro, casa del pueblo y otros espacios comunitarios.
Paralelamente, Erik y Tore Ahlsen contactaron con artistas, profesionales y gente, para entendernos, de lo que ahora Richard Florida podría llamar clase creativa, intentando convencerles para que se instalaran en Arsta y la contagiaran de la vida que ellos esperaban que surgiera en el nuevo municipio en un proceso de gentrificación desinteresada al servicio de los individuos y las instituciones democráticas, según sus creencias.
Desde entonces, el estado sueco alquila y rehabilita las viviendas sociales de este municipio manteniendo en perfecto estado sus fachadas coloreadas y los espacios arbolados de sus calles y plazas.
En Danviksklippan, otro barrio de Estocolmo, Backström y Reinius construyeron en 1945 un conjunto de nueve torres de ocho pisos de altura junto al agua en medio de un precioso paraje natural. Más tarde, entre 1946 y 1952, ampliaron el barrio con las primeras casas aterrazadas que se construyeron en Suecia en el que torres con el doble e incluso el triple de altura del resto de los bloques funcionaban como hitos visuales mientras que las distintas tipologías respondían, según los arquitectos, al deseo de que dentro del mismo barrio las familias pudieran agruparse o reconfigurarse en función de su tamaño, al aumentar en número o al disminuir al emanciparse los hijos, todo ello según un programa establecido y previsto.
Sorprende comprobar que todas estas arquitecturas de más de medio siglo permanecen casi inalteradas y a ninguno de sus moradores (quizá asustados por inmisericordes sanciones estatales) se les ha ocurrido en ese tiempo añadir a las fachadas aparatos de climatización (en Suecia no parece preciso, bien es cierto) o cerrar los balcones y terrazas para aumentar el espacio interior, lo cual podría estar más que justificado por el frío.
En España, un reciente reportaje de televisión bastante mediocre y tendencioso, nos confirma la injusticia de regalar (o casi) viviendas sociales en propiedad y de por vida, a personas -la mayoría muy desagradecidas- que disfrutan así una suerte que no merecen. Nuestra constitución habla del derecho al trabajo –que no se cumple- y a la vivienda –que tampoco- si bien en ningún momento dicho derecho obliga a que ésta sea en propiedad. Una subvención de tal calibre (en el reportaje se veían viviendas de la misma superficie que en el mercado libre habían costado hasta tres veces más que las de protección) es a todas luces injusta y desproporcionada y no se justifica de ninguna manera que se continúe con una política tan costosa que mantiene sin vivienda a muchísimos ciudadanos mientras la proporciona a otros. En lugar de ello, ¿por qué no distribuir los escasos recursos de forma más proporcional en forma de numerosísimas ayudas al alquiler ya sea en el mercado libre o a través de vivienda social? ¿Por qué premiar a unos cuántos con todo (que encima ni lo aprecian ni lo agradecen) y castigar con nada a todos los demás?
De lo arquitectónico, mejor ni hablar. Apoyados en el gastado y pueril “para gustos, colores” que quiere despreciar el conocimiento ya sea estético o técnico del tema, los nerviosos usuarios sólo acertaban a referirse a los edificios (casi todos ellos frutos de concursos de ideas promovidos por la EMVS en los que la normativa ha castrado casi cualquier iniciativa reduciendo el debate arquitectónico a mero fachadismo) con motes enervantes salidos de la más profunda ignorancia, sintiéndose incluso víctimas de la experimentación de los arquitectos, que prácticamente los usaban como cobayas.
Obviamente las plantas de estas viviendas no son mejores que las que el funcionalismo y el racionalismo dibujó ochenta años atrás, sino que en muchos casos son, simplemente, idénticas, lo cual no es malo, pero sí lo son (o deberían) los sistemas constructivos y por tanto la eficiencia energética de los edificios una vez puestos en funcionamiento (en esto también pone verdadero interés la EMVS monitorizando alguno de ellos) y durante el proceso constructivo (materiales más económicos y sostenibles, rapidez en la ejecución, etc…) Todo esto por supuesto quedó fuera del debate en el reportaje, orientado por ejemplo a enfrentar a los vecinos, ricos y pobres solamente separados por una calle y sus zonas comunes; la vpo no da ni para una mísera piscina mientras que el mercado libre la vende junto a calidades de lujo (mármol en baños, cerámica con cenefa en baños y tarima flotante en el resto), pádel y zona de juego de niños.
Pues sí, comparado con Suecia, damos pena.
En su décima y última carta al joven poeta Kappus, Rilke le advierte acerca de “…esos irreales oficios semiartísticos que, reflejando una proximidad al arte, niegan en la práctica la existencia de todo arte y lo atacan, como hace todo el periodismo, y casi toda la crítica, y tres cuartas partes de eso que se llama y quiere llamarse literatura”.
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