La escuela Bauhaus se identifica a menudo con la costumbre de construir edificios rectangulares y amueblarlos con buen gusto. Sin embargo, 90 años después de que la fundara Walter Gropius, una institución educativa casi centenaria que apenas subsistió tres lustros, todavía mantiene un halo intacto de revuelta y de modernidad radical. La gran exposición Modelo Bauhaus, inaugurada estos días en el Martin-Groupius-Bau de Berlín, presenta más de 1.000 objetos originales de aquellos 14 años entre 1919 y 1933. Muebles y demás menaje, maquetas de edificios, vestidos, dibujos, pinturas o fotografías atestiguan el entusiasmo creativo de los alumnos y los profesores de la escuela. Su enorme disparidad desmiente que existiera algo así como un "estilo Bauhaus", e incita a reflexionar sobre las aspiraciones y los logros de ese proyecto utópico. La codirectora de la exposición, Ulrike Bestgen, destaca las paradojas de la escuela Bauhaus. Pretendían democratizar las artes, pero hoy sus objetos son carísimas piezas de coleccionista. Trataban de "mejorar la vida" de todos, pero la escuela nunca abandonó un elitismo despreciado por la mayoría de sus contemporáneos. Su modelo, el trabajo comunitario y anónimo de los gremios de construcción medievales (las bauhütten), no impidió el aplauso público a los miembros más prominentes, como Gropius o Ludwig Mies van der Rohe. Ni siquiera la aureola de campeona antinazi queda intacta: algunos colaboraron con el régimen, Fritz Ertl, fue oficial de la SS y arquitecto del campo de exterminio de Auschwitz. Para Bestgen, la Bauhaus son "muchas Bauhäuser".
Sin duda, un factor del mito popular es su accidentada historia. La victoria local de la ultraderecha la obligó a abandonar Weimar en 1925 y, de las muchas ciudades que se ofrecieron para albergarla, Gropius eligió Dessau: el Silicon Valley de su tiempo, donde Junkers fabricaba sus aeroplanos. El gobierno municipal encargó a Gropius un nuevo edificio para su escuela. En la Bauhaus de Dessau, una construcción de techo plano y enormes cristaleras, la academia vivió sus años dorados. Los nazis los expulsaron en 1932. Ya en Berlín, la Bauhaus sobrevivió hasta la victoria de Adolf Hitler en 1933. La dispersión de maestros y alumnos por todo el mundo sirvió para extender los métodos y las enseñanzas de la institución. Así, Hannes Meyer, comunista convencido, marchó a la Unión Soviética, que tuvo que abandonar por México en pleno terror estalinista. Los otros dos ex directores, Mies van der Rohe y Walter Gropius, emigraron a Estados Unidos. Allí triunfaron como arquitectos.
Precisamente la arquitectura asociada a la Bauhaus alimentó la reputación de su formalismo y frialdad racional. La exposición berlinesa demuestra que es un equívoco. Para empezar, con la policromada Torre del Fuego, obra del docente y estudioso de los colores Johannes Itten. El círculo cromático que diseñó Itten ha servido para ordenar cronológicamente los diferentes espacios de la exposición.Itten era vegetariano y andaba en una especie de túnica o bata. Resulta la antítesis del atildado Gropius, que admiraba la arquitectura industrial estadounidense y la comparaba con las pirámides de Egipto. Al pasar de una sala a otra, el visitante se topa con estas contradicciones, con diversos estilos, muchos colores y con los más diversos utensilios. Algunos son hoy paradigma de elegancia en medio mundo. El mobiliario de la Bauhaus tampoco se limitó a las celebérrimas y hoy prohibitivas sillas tubulares o a los sofás modelo Barcelona de Mies van der Rohe. Puede verse en un lugar prominente la Silla Africana de Marcel Breuer y Günta Stölzl, hecha de bambú, seda, cáñamo y algodón, cuyo aspecto difiere tanto del sillón B3 de Breuer como podría diferir del trono imperial de la China.
Se asombrará el visitante de que atribuyan el lema "menos es más" a Mies van der Rohe, que entre 1930 y 1933 dirigió una escuela donde cabían tanto los juegos dadaístas de Herbert Bayer como los experimentos de índole práctica con formas, colores y materiales.
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